19 de mayo de 2014

Fin de ciclo.

Hoy me despido del Profesor Jesús Marín, cuya vida conocí a través de su hermana y su cuñado. Hoy le digo adiós a mi barrio de San Roque, a las calles y a las empinadas cuestas de Molina. Me despido de mi otra familia, de mi equipo de Atención Primaria, de mis cuatro enfermeras (Pedro, Rosario, Mónica y Juana), de la Comisión de Salud Comunitaria, de las sesiones clínicas a primera hora salvo los lunes y de las tardes de investigación.

Me despido de los domicilios y las consultas programadas, de las consultas sagradas. De la depresión, de la ansiedad, de las cicatrices que en las familias dibuja esta crisis; de los factores de riesgo cardiovascular y la porno-prevención, de las urgencias que no eran urgentes pero lo son; del cribado oportunista, de no dañar a la población; de la educación poblacional y enseñar a pescar. De todos aquellos libros con rostro humano -capítulos con nombres y apellidos- que se empeñaron en contradecir las guías de práctica clínica y en hacerme aprender a exorcizar de uno en uno todos sus síntomas y sus signos para muchas veces no llegar a ponerles nombre a sus demonios, ni a dar con la tecla que alivia sus sufrimientos. Personas que me obligaron a mirar a los ojos y a ver con otros ojos los ojos y las palabras de los que tienen un miedo (ojalá sólo uno) y quieren contarlo en entregas de ocho minutos.

Ha sido un placer haber compartido tanto con tanta personas, sobre todo con mis co-erres (Rogelio, Juanjete, David), con quien me abrió el camino (Nardi) y con quienes recogen el testigo (Rafa, ya R4, Violeta siempre mi R1). Y, por supuesto, con quien me ha sabido guiar en este viaje (Mario, que es ¡un Pope!, aunque se enfade). 

Comencé la residencia entre algodones, bendecido por mi R4, y la acabo con una R1 que es un diamante que brilla con luz propia y con la impresión de que la suerte me ha sonreído por encima de mis posibilidades: por formarme en un templo de la Medicina Familiar y Comunitaria en una comunidad que se cree lo de la participación, lo de las desigualdades y los condicionantes, lo psicosocial, lo de la construcción de la evidencia, lo de la promoción de la salud, lo de la prevención cuaternaria, lo de la cirugía menor, lo del paciente experto... Por haberme formado en un hospital que se cree a los residentes de Familia y les ofrece oportunidades formativas; por haber tenido un servicio de urgencias que ha sido "mi servicio" en el hospital, con profesionales con pijamas y bolsillos de todos los colores que han sido maestros y compañeros; por haber compartido horas y horas con residentes de otras especialidades que han complementado mis principios y mis habilidades... Por cuatro premios regionales de investigación en cuatro años; por el honor de haber leído el discurso de la graduación junto a Juanjo; por la sorpresa del premio al mejor portafolio formativo, que no vale para nada, pero es lo que más ilusión me hace por lo que espero que signifique: que se puede evaluar a los residentes de otra manera, más reflexiva, más cualitativa y menos rígida; y esto debe cambiar de abajo para arriba: de los portafolios (por tanto, de los residentes) a la unidad docente, y no al revés.

Han sido cuatro intensos y gloriosos años, los mejores de mi vida. No habrá dinero ni tiempo en esta vida ni en cinco más para poder saldar la deuda por todo cuanto me habéis enseñado, todos y cada uno.

Hoy me despido de mi centro de salud, pero parece que me despido de mucho más. En el desierto del horizonte se atisba un oasis de verano, pero será probable espejismo y puede que tardemos mucho en pisar de nuevo un centro de salud como médicos de Familia. No hay cosa más absurda que formar a profesionales y negarnos la mínima posibilidad de trabajo, pero ese es otro debate y hay que querer escuchar para que merezca la pena hablar.

Nos vemos en la siguiente etapa del viaje, sea cada cuando sea. Un abrazo y mucha suerte.